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HOMBRE

MARCO DE REFERENCIA: HOMBRE

CARACTERISTICAS.

- El hombre es un ser poseedor de valores eternos e intangibles:
o Libertad
o Dignidad
o Integridad

- Es persona, en tanto que posee libertad y entendimiento.
- Es unión sustancial de cuerpo (materia) y alma (espíritu).
- Es la clave de todo sistema.
- Es capaz de crear y proyectarse.
- El hombre necesita de los demás para desarrollar sus cualidades y valores.

El hombre en cuanto a sí mismo.

- Es un ser irrepetible, no por lo valores trascendentes – comunes a todos los hombres – sino por las capacidades que posee y su desarrollo.
- Está en proceso de evolución ilimitada, por su tendencia a la perfección lo que le exige ser:
o Activo.
o Dinámico (evolutivo).
o Integrado (solo no puede conseguir la perfección).
o Abierto.

- Sólo el hombre abierto al más allá, entendido como portador de valores eternos es capaz de dar respuesta a sus limitaciones.

ACTITUDES QUE DEBE TENER EL AFILIADO.

- Respetar a todo hombre considerándolo como otro yo (su libertad, dignidad e integridad).
- Considerarlo siempre e inseparablemente en su sentido espiritual y material.
- Tenerlo como base y fin de toda estructura y orden social (el hombre es el sistema)
- Propiciar y valorar el poder creativo de toda persona.
- Considerarlo como ser social.

El hombre en cuanto a sí mismo.

- Estar permanentemente alerta contra la propia despersonalización, la rutina y la masificación.
- Mantenerse en continua acción – estudio o trabajo – y orientar ésta al servicio a los demás.
- Ser reflexivo y creador para conseguir una evolución perfectiva.
- Proceder activa y responsablemente en las agrupaciones en las que está integrado.
- Cooperar con los demás miembros de nuestras comunidades.
- Estar abierto a la opinión, pensamientos, ideas, relaciones y nuevos valores. Ser firme en convicciones y ser comprensivo con las ideas de los demás.
- Entender nuestras obras como manifestaciones de los valores trascendentales que poseemos.
- Estar dispuesto a la relación con los demás.
- Recibir las motivaciones externas con actitud reflexiva, consciente y crítica.

PROCEDIMIENTOS PARA PROPICIAR EN EL AFILIADO LAS ACTITUDES CORRECTAS.

AMBIENTE.

- Natural, sincero y libre.
- Propiciar:
o La permanente acción.
o La libre expresión.
o La relación y comunicación con otros.
o El protagonismo y la responsabilidad de dirigir.
o La reflexión sobre las acciones personales y las influencias externas en cada ámbito y momento de la vida.
- Potenciar la vida de las Unidades Asociativas.


Ambiente. En hombre en cuanto a sí mismo.
- De naturalidad, libertad, sinceridad, respeto y comunicación.
- Que evidencie la consideración del afiliado-hombre como centro y fin de toda decisión.
- Que favorezca la actividad y especialmente la de carácter creativo.
- Que favorezca la proyección social del joven.

ACTIVIDAD.
- Propiciadoras de la iniciativa y la imaginación.
- Convivenciales, para sentir la necesidad de cooperación con el otro.
- Toda la gama de culturales, artísticas, creativas, deportivas, de aire libre y de estudio y formación – para conocerse a sí mismo – incidiendo en aquellas que fomenten la ayuda mutua.
- Juegos y competiciones culturales basados en las cualidades y manifestaciones humanas.
- Que el afiliado se sienta partícipe y protagonista de las actividades.

Actividad. El hombre en cuanto a sí mismo.
- Actividades creativas: trabajos manuales, expresión plástica, modelado, etc.
- Convivenciales.
- De relación con la naturaleza.
- Que exijan iniciativa personal (Supervivencia).
- De dialogo, estudio e investigación: roldes, seminarios, foros,…
- Festivales o “Fuegos de Hogar”.
- De expresión corporal y oral: teatro, revistas habladas, radio, charlas,…
- Presencia de una amplia gama de actividades que favorezcan la elección de aficiones duraderas.

PALABRA.
- Explicar la realidad humana, situando al hombre como centro de la Creación.
- Estudiar el sentido del hombre: su origen, fin, vida. (roldes)
- Exponer los problemas con los que se encuentra el hombre actual en su camino a la perfección.
- Explicar los derechos del hombre.

Palabra. El hombre en cuanto a sí mismo.
- Dar a conocer la esencia de la persona, sus características, sus potencialidades, libertad de autorrealización, sentido de trascendencia…
- Propiciar situaciones de análisis y autocrítica en grupos reducidos.
- Propiciar el conocimiento de uno mismo.
- Explicar la caracterología humana.

HOMBRE.

1.- INTRODUCCIÓN.

El hombre de por sí tiene una serie de valores eternos e intangibles que elevan su naturaleza por encima de todo lo creado por Dios, que le dan el sentido de la trascendencia: son la dignidad, la libertad y la integridad.

Al entender la dignidad, la libertad y la integridad como excelencia y perfección, estos valores presentan dos aspectos: el estático y el dinámico. El estático, innato a él, valor que el hombre tiene por el mero hecho de serlo. Desde este punto de vista, la dignidad significa el valor que tiene un ser independientemente de la forma en que se comporte. La dignidad dinámica, por otro lado, consiste en un proceso tendiente a la perfección y, por tanto, depende de nuestro comportamiento en la vida.

Por otra parte, el hombre está compuesto de cuerpo y alma, elementos que como unidad substancial forman juntos la propia naturaleza humana. Ni es sólo cuerpo, ni el cuerpo es alma; tan absurdo es considerar al hombre desde el aspecto excesivamente materialistas como excesivamente espiritualista. También sería erróneo considerar a la naturaleza humana desde el aspecto dualista, es decir, el cuerpo y el alma en contraposición o simplemente añadidos.

El hombre es un todo, y ese todo tiene diversas funciones. Dentro de dichas funciones la espiritual es algo intrínseca a él que no se da en los otros animales. De ninguna forma olvidemos que nuestro cuerpo es parte sustancial de nuestro ser y le debemos respeto y cuidado, no pudiendo atentar contra él. Y además, debemos tener en cuenta que el Creador es el único dueño y Señor de nuestra existencia.

El hombre se configura como persona humana por tener no sólo instintos, sino también entendimiento, libertad, ser capaz de sentir necesidades morales, tanto en relación a su cuerpo como respecto a su espíritu.

Desde el punto de vista simplemente biológico, el hombre no tendría derecho a dominar la naturaleza, por ser el animal peor dotado. Ahora bien, es dueño de la naturaleza porque posee entendimiento, ostentando, fruto de su inteligencia, una serie de cualidades, siendo las más notables:
- La técnica. El hombre se sirve de instrumentos producidos por él mismo.
- La tradición, que se manifiesta en el plano social al constituir la sociedad, no por instintos, sino por la razón y apoyándose en lo que he hecho sus antepasados.
- El progreso. El hombre es capaz de aumentar sus conocimientos, no sólo se transmiten los de la sociedad anterior, sino que se puede incrementar su transmisión a la futura con nuevas aportaciones.
- Posee una manera de pensar distinta al resto de los animales y es capaz de abstracción, del saber puro carente de finalidad práctica.
- El hombre reflexiona, se pregunta por el propio sentido de la propia vida.

La noción del hombre como ser social por naturaleza es, en este marco, de suma importancia, para la comprensión de aquél como sistema. El ser humano se encuentra integrado dentro de una serie de instituciones o comunidades que constituyen las unidades de convivencia y a las que denominamos “sistemas”. En estos sistemas, compuestos por hombres, no es el hombre, sin embargo, el único elemento constitutivo, pues en cualquiera de ellos se hacen necesarios, además, una serie de medios, de instrumentos, necesarios para conseguir los fines trazados. Pero de lo que no cabe duda es de que el hombre es el elemento importante y, aun más, indispensable. En ningún momento podemos imaginar estos sistemas con la ausencia del elemento humano.

2.- CONCIENCIA DE SI MISMO.

En todo mundo materialista el hombre acaba por olvidar o, en muchos casos, por no creer, en la realidad de poseer los valores humanos que lo elevan por encima de todo lo creado; entonces se deshumaniza y pasa a ser un número, uno más dentro de la masa, sin iniciativa, dejándose mover a merced de las circunstancias que lo rodean.

Pero no somos un mero elemento fundido en la masa y, por tanto, es necesario realizar un análisis de la manifestación en nosotros de estos valores trascendentales, lo que nos llevará al conocimiento de nuestra persona y nuestra naturaleza. Sólo entonces se presentará en nosotros la verdadera esencia de nuestro ser. “Somos” cuando nos encontramos.

Sin embargo, esta manifestación no es constante. No somos los mismos en una época determinada de nuestra vida que en otra, pues a lo largo de nuestra existencia recibimos una serie de motivaciones que nos estimulan, bien consciente o inconscientemente, a la evolución. Debemos, por tanto, atender a nuestros cambios, analizarlos profundamente, pero a través de ellos, de su significación y, así, al adquirir conciencia de lo que estos diversos pasos van aportando a nuestra personalidad, llegar a conocer lo que verdaderamente somos y representamos en cada momento.

Hemos conseguido, así, conocernos a nosotros mismos en un momento determinado. Por este conocimiento comprobamos que tenemos defectos. Somos imperfectos. La perfección total es algo inalcanzable para nosotros, pues sólo Dios la posee: pero aunque no la podamos alcanzar y somos conscientes de ello, no podemos evitar tender hacia ella, pues nuestra propia naturaleza de hombre nos lo exige. Esta tendencia constituye una motivación que provocará de nuevo evolución, evolución sin límites, proceso ascendente que deberá estar siempre dirigido hacia la perfección.

Sólo contrastando este proceso evolutivo llegaremos a un claro conocimiento de nuestra propia mismidad.

Para que este proceso tienda siempre a la perfección podemos considerar básicas en nosotros una serie de propiedades a las que tendemos por entender que son la perfecta manifestación de nosotros mismos. Estas propiedades califican al hombre como activo, dinámico, integrado, abierto e irrepetible.
3.- El hombre activo.

El hombre posee una serie de valores trascendentales que le dan la propia y verdadera calidad de humano. Todos los demás valores, aquellos con los que concuerdan el resto de los seres del Universo, no pueden ser considerados como valores trascendentales. Los valores trascendentales son aquellos que son específicos del hombre.

La actividad no es sino la manifestación en nosotros mismos de los valores trascendentales, manifestación definida a través de los verbos pensar, querer, sentir y ejecutar. Esto es, yo soy para mí y yo soy para los demás desde el momento en que pienso, quiero, siento y ejecuto, y estas cuatro manifestaciones me definen como ser activo.

Consideramos por unos momentos el mundo y sí mismo por separado, y sólo como una idea esquemática, y vemos dos formas de actuar, o mejor dicho, dos fuerzas posibles entre estos dos elementos (el mundo y el hombre en sí mismo). En primer lugar diremos que somos “salientes” cuando nuestra actividad se vuelca en y para el mundo, cuando consideramos que nuestra finalidad es la de enriquecer al mundo con nuestra entrega. Es decir, de nosotros parte la energía que al incidir en el exterior motiva a éste al cambio que nosotros consideramos “camino de perfección”. Diremos, por otro lado, que somos “entrantes” cuando buscamos en nuestra actividad, como único fin, el enriquecimiento propio y personal. El individuo “entrante” muestra así un nivel máximo y bien patente de egoísmo. Este ser entrante se puede manifestar de dos formas: cuando actuamos sobre el mundo motivándolo al cambio, pero buscando en esta acción únicamente redundancia hacia nuestra persona, y cuando simplemente esperamos, sin previa actuación por nuestra parte, que llegue hasta nosotros el beneficio de la acción de los demás. De cualquiera de las formas el hombre “entrante” apaga en sí mismo la llama que debería arder e iluminar en la medida de sus posibilidades a los demás.

De esta forma se plantea la necesidad de que consideremos el trabajo como una proyección social de nuestro afán de servicio, que no es una mera mercancía ni una actividad alienante en la cual se pierde la condición de la persona que nos concede la posesión de unos valores que, hemos dicho, son permanentes. El fin del trabajo no es tampoco la sola producción para una sociedad materialista y formada por meros elementos integrados y sin valor por sí mismos. Trabajo es proyección, es perfección, es realización y es, en fin, comunidad de objetivos por un afán de servicio.

Por consiguiente, entendida la vitalidad como actividad “saliente” dirigida hacia el mundo, y vitalidad como “actuación de nuestro ser”, concebiremos nuestra vitalidad como “vitalidad social” y pasaremos a valorar a las personas según su mayor o menor predisposición al servicio, es decir, el trabajo y el estudio constituyen el origen de la jerarquía y el honor.

4.- El hombre dinámico.

Frente a nosotros y tanto fuera como dentro de nosotros, se encuentran una serie de circunstancias que motivan nuestra actuación. Conocemos estas circunstancias como “marcos de referencia”. Esquemáticamente diremos que nuestro yo, poseedor de u bagaje formado por nuestros conocimientos, nuestra inteligencia, nuestra bondad o maldad en definitiva, nuestro querer, pensar y sentir como principales elementos constituyentes de nuestra personal capacidad, se reflejan ante estos marcos de referencia en lo que hemos dado en llamar las “actitudes”.

En el mundo, la vida de cada uno de nosotros viene definida por una trayectoria que se desarrolla a través de nuestra peculiar historia. Esta trayectoria se define, a su vez, por el conjunto de actitudes propias de cada persona.

Pero estas actitudes no son fijas e inmutables, cambian. Nosotros en nuestra limitación, no somos capaces de englobarlo todo en nuestros marcos de referencia, de la misma manera que no somos poseedores de un bagaje espiritual perfecto y total. En definitiva, somos imperfectos y es esta misma imperfección la que nos hace ser también “cambiantes”, es decir, seres que evolucionamos. No somos un hecho, sino una continuidad. En efecto, evolucionamos y nos es necesario hacerlo. Nuestras actitudes cambian, aunque nuestros valores permanecen porque nos encontramos en una continua búsqueda infinita en el tiempo. Buscamos la perfección y ésta no es posible para nosotros. Buscamos la verdad, nuestra y del mundo, y nunca podremos hallarla en su totalidad.

Pero no por ello la vida es desesperación, al contrario es lucha. Es lucha porque forma parte de la propia naturaleza del hombre el ser cambiante, y porque paso a paso nos fijamos y alcanzamos cada vez nuevas y pequeñas metas en el camino hacia ser perfecto.

Pero a veces no es solamente el único motivo y meta de la perfección. Continuamente recibimos del exterior estímulos que nos son ajenos, pero que nos hacen también cambiar, a veces hasta sin percatarnos, por propia conveniencia o por un mero afán de aventura. Estos estímulos exteriores los admitimos, en la mayoría de las ocasiones, sin analizarlos objetivamente, sin pesarlos en la balanza de nuestra conciencia. Entran porque sí, por propia convencionalidad, y no los llegamos a valorar real y debidamente. Corremos así el peligro de perder nuestra propia personal interioridad y desviarnos, por tanto, de esta meta fijada.

Esto no quiere decir que debamos rechazar las ideas o las aportaciones de los demás, ni que todos estos estímulos sean malos o inconvenientes para nosotros. Únicamente que debemos, en primer lugar, valorar lo que nos llega y tomarlo si verdaderamente nos es útil para nuestro fin último, que es la perfección, y, en segundo lugar, acoplarlo a nuestra propia personalidad, hacérnoslo válido.

5.- El hombre integrado.

Es ya tópico el concepto de que el hombre no puede vivir solo, pero en realidad este hecho va mucho más lejos. Verdaderamente, en una comunidad institucionalizada como es la de nuestros días, no podemos evadirnos de lo que constituye una obligación de por sí: integrarnos en el marco de las instituciones que la componen y, lo que es más importante, la organizan y estructuran en su totalidad. En este aspecto, cabe recalcar el hecho de que, en verdad, nacemos ya integrados en algunas de estas instituciones y que, a lo largo de nuestra vida, vamos integrándonos en otras, precisamente aquellas que juzgamos necesarias, y en otras que, sin serlo, se nos plantean como posibles y por las que nos inclinamos por considerarlas positivas para nuestra realización personal. De esta forma es fácil observar cómo la integración no sólo se nos plantea como obligación nata, puesto que ya nacemos integrados, sino también como necesidad de nuestra propia condición de seres sociables. La familia, el municipio, algunas instituciones, la comunidad nacional e internacional…nos plantean una necesidad de integración. Esta necesidad de integración que se nos presenta se da tanto a nivel de pequeñas instituciones cercanas a nosotros, como de aquellas de las que nos encontramos alejados, no ya por nuestra escasa relación con ellas, sino por su propia amplitud y superioridad dentro de nuestro a menudo reducido ámbito de actuación. Por ejemplo: nosotros nos encontramos plenamente integrados dentro de la institución familiar, ésta se integra en el municipio, y el municipio en la comunidad nacional. De esta forma, no resulta difícil encontrarnos incluidos, no sólo en la comunidad nacional, sino también en las instituciones y entidades aún superiores, esto es, supranacionales.

Pero indudablemente no estamos solos en estas instituciones. Esto es obvio. Existen también otras personas igualmente integradas y que se pueden considerar, desde este punto de vista de la integración, como nuestros iguales. Esta igualdad obliga a instituir una serie de normas, escritas o no escritas, que regulan el comportamiento y la misma relación entre unos y otros. Estas normas nos limitan, sin duda alguna. Nos limitan en nuestra acción y en nuestra relación, pero gracias a estas normas, a estas limitaciones, se hace posible la convivencia dentro de las comunidades. Estas normas reparten el trabajo y estructuran el reparto de los pueblos. Gracias a esta división o infraestructuración podemos sentirnos realmente integrados. Cada uno, con su propio papel y su visión específica dentro de la comunidad, adquiere conciencia de que es necesario para cada uno de los demás y para la comunidad en general.

Somos, pues, parte integrante y participante de las instituciones y por lo tanto responsables de su futuro y permanencia.

6.- El hombre abierto.

Hemos insistido ya en más de una ocasión en la caracterización de nuestra vida como “proceso evolutivo”. No hemos señalado, sin embargo, un hecho importante: si podemos evolucionar es porque podemos cambiar. Este hecho, cuya exposición parece innecesaria por su propia incuestionabilidad y sencillez, cobra profunda importancia al permitirnos profundizar sobre la variabilidad del ser. Si el ser es capaz de cambiar es porque su saber, el conocimiento de su propia naturaleza y de la del mundo no es completo ni, por tanto, inamovible. Este saber humano, trascendente y abierto, posee profundas diferencias con el saber científico. El saber científico es totalmente objetivo por su propia naturaleza. Hasta sus conjeturas llegan a ser también objetivas, puesto que la realidad es y existe como ente material, causal e inamovible. El estudioso de la ciencia puede ser abierto a nuevas ideas, pero la realidad de éstas posee una sola interpretación, y las nuevas ideas a que nos referimos están relacionadas con otras para constituir el tremendo complejo del saber científico.

De esta forma, conociendo el hecho de que nuestro saber, mi saber, no es en absoluto objetivo, debemos estar abiertos al saber de los demás. Una comunidad de personas está formada por seres semejantes en el sentido en que poseen la misma naturaleza. Comprenderemos así que necesitamos del conocimiento de lo que nos rodea, de nuestros semejantes en tanto en cuanto la interpretación del camino que cada uno de ellos se ha marcado nos servirá para enriquecer nuestro personal bagaje de conocimientos y definirá una influencia en nuestro camino. Debemos, pues, utilizar todo los medios de los que hemos hablado y que están a nuestro alcance para, tras juicio personal y comparativo, aceptar e incorporar a nosotros todo aquello que nos pudiera resultar útil.

Desde este punto de vista, debemos considerarnos abiertos a las relaciones humanas. A todo individuo, más o menos próximo a nosotros, pasaremos a considerarlo no como un individuo, sino como persona (semejante) en cuanto que constituye para nosotros una incógnita en la que es preciso profundizar y que debemos interpretar.

Es sin duda el hombre, los otros hombres, el principal estímulo, medio, para conseguir el perfeccionamiento de nuestras actitudes. No es, sin embargo, ni mucho menos, el único. A lo largo de nuestra vida nos encontramos inmersos en un complejo mundo donde cada elemento ejerce su influencia, influencia que puede ser provechosa para nosotros. Debemos por tanto abrirnos, esto es, aceptar su presencia e intentar interpretar cada una de esas influencias y, por el mismo sistema que ya hemos explicado, juzgarlas e incorporarlas si resultasen beneficiosas. Un libro, una situación, un objeto e incluso un pensamiento que sale fuera de mí pueden ser considerados como motivo de estudio y posibilidad de perfeccionamiento.

7.- El hombre irrepetible.

Es fácil concebir la idea errónea de que la persona humana, cada uno de nosotros, está completamente inmerso como simple partícula sin importancia dentro de un gran universo subyugador. El desarrollo de esta idea considera un universo constituido por infinitos mundos dentro de uno de los cuales, la tierra, el hombre se encuentra como parte infinitesimal, y perdido (en sentido relativo) dentro de una gran inmensidad total. Así, pues, la existencia o no existencia de uno de estos hombres carece de importancia para el orden universal. Este pensamiento convierte al hombre en algo nimio e intrascendente, solamente concebible como materia, como elemento social, pero materia pequeña dentro de la infinidad del espacio.

Este concepto de hombre anulado ante un mundo absorbente, lo desvirtualiza, e incluso lo deshumaniza. Este, concebido como masa, pierde toda individualidad, toda personalidad a la vez diferenciadora y diferencial, esto es, todo aquello que lo hace ser él y no otro, convirtiéndose, por lo tanto, en ser irrepetible. El concepto de igualdad llegaría así, de la forma antes dicha, a un nivel absurdo, al considerar la libertad supeditada por naturaleza al todo, y la dignidad como valor que surge de la pertenencia del ser al colectivo. Pongamos un ejemplo: en un hormiguero, salvando las castas funcionales, consideramos una hormiga como ser exactamente igual a otra hormiga. No podemos establecer este criterio para considerar un hombre igual a otro, puesto que la persona, cada uno de nosotros, es un ser irrepetible y claramente diferenciado de todos sus semejantes, y es esa irrepetibilidad la que nos une más y más entrañablemente a los demás, precisamente porque nos consideramos diferentes y sabemos que necesitamos y somos necesitados por los que nos rodean.

Tenemos, pues, unos valores que desde un principio hemos llamado trascendentales, poseemos una espiritualidad y una proyección más allá de nosotros, en definitiva, una condición de seres irrepetibles, pero ¿de donde surge esa irrepetibilidad? Debe ser un valor que ya de por sí sea diferente entre unos y otros. No son los valores trascendentales, pues éstos han sido concedidos por Dios a todos en la misma medida. Debemos referirnos, pues, a otros valores, valores que llamaremos “capacidades” y que habrán sido concedidos por Él en distinta medida a cada uno de nosotros, diferenciándonos así ya desde un principio.

La irrepetibilidad dada por estas “capacidades” es inherente a la persona, pues con el desarrollo de estas capacidades y su aplicación, así como con el propio desarrollo de los valores trascendentales, integridad, dignidad y libertad, esta irrepetibilidad, esta diferencia entre unos y otros, se hará mayor, haciéndonos no muy diferentes en sustancia, sino más personales, y este incremento de la personalidad diferenciadora es, sin duda, buena, pues nos ayuda a realizarnos y da valor (trascendentaliza) las relaciones humanas.

Debemos, pues, completar nuestros valores espirituales, y esto sólo se puede realizar mediante el aprendizaje encaminado hacia la percepción interior. El hombre es personal en cuanto es él mismo, y no otro, y en cuanto es capaz, por la posición de sus propios valores, de trazar su propia trayectoria ascendente en busca de sí mismo, de la verdad y, en definitiva, del ser perfecto.

El hombre es, o al menos debe ser, fiel a sí mismo en el sentido de su actuación; su proyección debe estar de acuerdo con su propia forma de ser: debe ser un fiel reflejo de sí mismo. El esconder la propia manera de ser es un error muy generalizado en el hombre actual, que normalmente intenta ocultar su yo para mostrar ante la sociedad una faz diferente a la suya propia, cayendo así en una de las formas más absurdas de la hipocresía.

Si cada uno de nosotros es un ser activo, dinámico, integrado, abierto, irrepetible, la comunidad entera estará formada por hombres de la misma naturaleza y las mismas características, esto es, por hombres activos, dinámicos, integrados, abiertos e irrepetibles.

De esta manera podemos llegar a una idea generalizada del hombre, del ser superior, libre, digno e integro, poseedor de valores que lo definen como tal, y a su vez relacionado con otros hombres, hacia los que debe salir, proyectarse y, al mismo tiempo, enriquecerse a sí mismo.

El hombre ya poseedor de las cinco características que hemos citado se eleva así, no ya por su propia condición de ser portadores eternos, sino por su propia calidad de hombre que, consciente de lo que es y representa, actúa, sale de sí y, lo que es más importante, “crea”.

El hombre, al “crear”, domina y realiza sobre las cosas su condición de ser “saliente”. La capacidad de crear, de entender su entorno y de manifestarse modificando, le definen como “ser que es bueno”, que es “superior” porque es activo y porque es capaz de romper la coraza de individualidad que rodea a todo ser irracional.

8.- Negación de la dignidad humana. Violencia.

La negación de la dignidad humana es el paso previo a la expresión de la violencia, entendida ésta como “negación del respeto debido a la persona y de lo que en la persona hay de sagrado e inviolable”. Hoy en día la violencia se nos manifiesta fundamentalmente como “uso, goce y dominación” en los siguientes campos:
- Violencia como explotación económica, que se caracteriza por la primacía del dinero sobre la dignidad personal y la propia vida, quedando de esta forma la persona reducida a mercancía.
- Violencia lúdica. La vida no tiene otro sentido que el juego. La primacía sin límites del puro principio del placer explica la práctica frecuente de actos de violencia cometidos sobre los seres inocentes. Por otro lado llegando al consumo sin límites, incluido las personas son “consumidas”.
- Violencia política. La violencia política se presenta en nuestro tiempo de dos formas: el totalitarismo y el terrorismo. La violencia política quiere conseguir, además del dominio del individuo, de su carácter corporal, dominar los valores trascendentales del hombre.

9.- Problemas del hombre en el mundo de hoy.

Para que la OJE pueda responder a la situación del hombre actual es necesario, en primer lugar, conocer la situación en la que nos encontramos. Analizamos aquí los rasgos fundamentales de esta situación.

El hombre provoca un gran número de cambios que modifican su situación, produciéndose la paradoja de que a la ampliación de su poder sucede una dificultad para someterlo a su servicio, lo que provoca su propia inseguridad. Nunca ha tenido tanto poder y al mismo tiempo sufre hambre. Nunca se ha hablado tanto de derechos humanos y de libertad, y sin embargo han surgido nuevas formas de dominación y esclavitud social y psicológica cada vez más sofisticadas.

Los rápidos progresos han producido una serie de desequilibrios en el mundo que han afectado a la propia manera de ser del hombre, produciendo contradicciones frente a lo que en el interior de su recta conciencia quiere y sus actitudes diarias. Se pregunta si después de haber dominado su entorno no se habrá convertido en esclavo de su propia actividad y se siente angustiado y atormentado por no poder compaginar los descubrimientos del mundo y los valores permanentes.

El hombre se encuentra sediento de una vida plena, libre y digna. Nunca ha conocido tan bien su pasado a través de la historia y previsto mejor el futuro gracias a la técnica prospectiva y a la planificación. El uso de las modernas técnicas nunca debe atentar contra la intimidad de la persona.

Las relaciones humanas se multiplican sin cesar, pero, sin embargo, no siempre se desarrolla el adecuado proceso de maduración. No podemos permitir que pierda la conciencia de su propia personalidad. La situación social hace que rompa con los vínculos tradicionales, lo que debe impedirse para evitar la deshumanización de la persona y una educación incompleta.

A pesar del progreso y de las ciencias y la técnica, éstas son incapaces de penetrar hasta la “intimidad del ser”, por lo que el hombre no debe creer que es autosuficiente y dejar de buscar las cosas más altas. Por tanto es necesario que se le respete considerando al prójimo otro yo, oponiéndose a todo aquello que atenta a la vida y viola la integridad de la persona.
En definitiva, el hombre está sujeto a múltiples limitaciones, y por otro lado se siente limitado en sus deseos y llamado a una vida superior. Desde el materialismo se pretenden ocultar estas aspiraciones, creyendo que en la tierra podrá saciar plenamente sus inquietudes. Sólo el hombre concebido como portador de valores eternos y abierto a la verdad absoluta es capaz de dar respuesta a sus limitaciones.